Ha pasado ya un tiempo desde que no publico nada nuevo en mi web personal y profesional (que es ésta, claro, y que, por cierto, ahora mismo estoy modernizando en otra totalmente diferente), y es que en el último año y medio, he estado muy pero que muy ocupado. Tanto ha sido así, que apenas he tenido energía para trabajar en un nuevo libro ni para dedicarle algo de tiempo a mis proyectos personales (o side hustles).

Como Engineering Manager de una multinacional suiza con oficina en la ciudad donde vivo, he vuelto a acumular experiencias maravillosas, conocer gente inteligente y encantadora, incluso conocer una industria que desconocía totalmente (la del betting y el iGaming), entrar de nuevo en la dinámica estresante de lanzar un proyecto muy importante, gestionar situaciones difíciles en ocasiones, motivar cuando el ánimo caía en los equipos y la presión era asfixiante y también tratar de aportar mi granito de arena positivo en todo aquello.

Pero tuve que bajarme de ese proyecto, me temo.

Quizá es una cuestión de edad, de los años que vamos cumpliendo, pero llega un momento en que te planteas si lo que haces cada día está alineado con tu propósito, tu propósito vital, digo. Y esto es como con las parejas: si no te imaginas con tu pareja actual en unos años, entonces hay algo que falla y que no tienes valor de reconocer.

Ya sabemos que la vida (y la riqueza verdadera) tiene que ser un equilibrio: el te tus relaciones (tu pareja, familia, vida social, etc.), tu salud (ejercicio, comida sana), tu higiene mental (esa paz interior que en el fondo es lo que todos buscamos de un modo u otro) y, cómo no, la actividad profesional a la que te dedicas, con la que te ganas la vida, vaya.

Cuando ves que ésta última se aleja cada vez más de aquello que más te interesa, o cuando estás deseando que llegue el fin de semana para leer esto y aquello (en temas que no tienen nada que ver con los de la empresa para la que trabajas), o simplemente desconectar, comienza a crearse una distancia entre lo que haces y lo que quieres, y cuando esa distancia va aumentando, sientes una presión insoportable y tu motivación diaria se va diluyendo hasta desaparecer.

Cuando eso ocurre, puede que ya no tengas ni la motivación suficiente para desempeñar tu trabajo al 110% (que es lo mínimo que nos podemos exigir).

Como digo, puede que al cumplir más años y acumular ya unos treinta de experiencia profesional (y muchas experiencias vitales), ya no te conformas con un proyecto que no te apasiona, o que no es para ti, aunque se te retribuya de manera buena o excelente. Lo que quieres es dotar de sentido al proyecto para el que pasas más de 40 horas a la semana trabajando, sentirte útil y hasta imprescindible, y tener un impacto positivo en tu sector, en tu mercado, y por qué no, en el mundo. 

Al menos estas son las cuestiones que me planteo en los últimos años, de ahí que para mí sea tan satisfactorio ver cómo mis libros se venden cada día, porque entiendo que con ellos estoy ayudando a mejorar algún aspecto profesional (y personal) de la vida de quien los compra, nada más satisfactorio que esto. No hace mucho calculé (es difícil hacerlo, de modo que es solo una estimación), que desde que en el 2014 publiqué El Libro Negro del Programador, mi primer libro, se habrán vendido unas 40000 copias de todos los que he publicado (más las lecturas piratas, claro está).

Esto es, con ese trabajo difícil y arduo que es escribir, estructurar y publicar un libro, hay miles de personas que se han beneficiado.

Este último año y medio he vuelto a experimentar situaciones y dinámicas que he descrito hasta la saciedad en mis libros, buenas, normales y también tóxicas, sin haber tenido apenas capacidad para evitarlas. Pero, sobre todo, he vuelto a comprobar que por mucho trabajo de management que hagas, no se puede dejar de tener contacto con la base de nuestra profesión: programar y programar en proyectos personales, utilizar herramientas, conocer plataformas, diseñar arquitecturas, pulir procedimientos y flujos de trabajo, etc.

En mi opinión, hay que estar siempre afilando el hacha, algo que siempre he hecho como manager, team lead, jefe de proyecto o director de departamento (llámalo como quieras), con un doble esfuerzo por mi parte, y porque reconozco que amo mi profesión, que siento adicción cuando te sube la adrenalina cuando publicas un nuevo proyecto y porque programar es a nuestra profesión lo que hacer una salsa cualquiera para el mejor chef (se entiende la metáfora culinaria, ¿no? :-) ).

De lo contrario, echarás la vista atrás en un tiempo y verás cómo las habilidades que tenías hace años y que tanto esfuerzo te costó en adquirir, las has perdido, y quién sabe, lo mismo tienes que asumirlas de nuevo para un nuevo reto profesional.

Estos últimos meses (desde el momento en que escribo esto), además de descansar después de unos años con demasiados cambios (y hasta mudanzas :-) ), leyendo mucho, muchísimo, cuidándome más que nunca, terminando la certificación de Bitcoin Talents (programa en el que me admitieron a finales del año pasado, de la Frankfurt School Blockchain Center), retomando proyectos como Mantra, construyendo algunas aplicaciones, instalando nodos de Bitcoin y preparando mi próxima publicación y, sin prisas, buscando un proyecto nacional o internacional donde pueda tener esa sensación de aportación que es para mí la base de mi satisfacción profesional.

Leyendo la biografía de Amancio Ortega, me llamó la atención que varias veces en el libro se comentaba que pasaba la mayor parte del tiempo... en la fábrica, y no encerrado en el despacho de una torre de marfil, para mí todo un ejemplo de lo que quiero decir con este artículo.

Esto es para mí afilar el hacha.

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