Invirtiendo en uno mismo
Un artículo de Rafa G. Blanes
¿Somos los mejores profesionales que podríamos llegar a ser?
¿Aportamos valor realmente a la compañía para la que trabajamos o a los clientes que nos pagan los honorarios? ¿o nos limitamos a hacer lo que nos dicen y nada más y no sabemos tomar la iniciativa en ningún asunto?
Se usa a menudo la expresión aportar valor pero en la mayoría de las ocasiones sólo queda como un simple titular de promoción interna en los departamentos de recursos humanos. Queda muy bien, pero realmente no se cambia absolutamente nada para que exista una cultura corporativa que promueva el valor, el talento y la proactividad. Veo demasiada gente hablando de proactividad pero actuando muy poco proactivamente: decimos una cosa pero después hacemos otra totalmente distinta. A mí esto me suena al principo de la locura.
No sabremos aportar valor en nuestro entorno si no invertimos en nosotros mismos. Es, de hecho, la mejor inversión que podemos hacer.
Por lo general, al menos es lo que llevo viendo años laboralmente, dejamos que sean los demás los que decidan qué tenemos que aprender para desarrollar nuestro trabajo. Existe una inercia total por la que nos dejamos arrastrar de modo que si nadie lo impide, dentro de seis meses tendremos el mismo nivel de profesionalidad que ahora, cualquiera que sea este: dejamos que sean factores externos los que decidan cómo seremos en el futuro. Lamentable.
Si somos muy cutres y nadie o nada nos obliga a cambiar, en un año seguiremos siendo igualmente cutres. Si somos excelentes, seguramente seguiremos siendo igual de excelentes, pero estancados del mismo modo, en el mismo nivel. Las cosas no surgen de la nada, los cambios no se realizan mágicamente: la única manera de cambiar es a través de un enorme esfuerzo personal y mantenerse en primera línea del desarrollo de software requiere un enorme esfuerzo personal.
El error fundamental es que dejamos que sean otros los que nos obliguen a cambiar, mejorar y aprender, cuando en realidad, sólo hay una manera de mejorarnos a nosotros mismos, tanto personal como profesionalmente: nuestra propia motivación interna. Me temo que veo mucha gente estancada en una queja continua por su situación pero muy poca gente con la suficiente motivación interna necesaria para cambiar las cosas.
Sólo cambiamos el exterior cuando antes hemos cambiado el interior. Esto, que suena muy zen, funciona de este modo y no hay que darle demasiadas vueltas; realmente somos los profesionales que nosotros elegimos ser, no hay más misterio que este.
Por lo general dejamos que sea la compañía para la que trabajamos la que nos diga qué tecnologías usar, qué tipo de productos implementar; en definitiva, otros deciden lo que tenemos que aprender. Muy triste y peligroso profesionalmente. A mi mesa llegan demasiados currículums donde los desarrolladores de software afirman conocer las tecnologías de los productos en los que han trabajado en la empresa A, B, etc., y... nada más.
Yo no afirmo que eso esté mal, es necesario y hay que estar alineados con los objetivos del lugar donde trabajamos; pero sí afirmo que no es suficiente. Es, de hecho, completamente insuficiente.
Tenemos que plantearnos objetivos a medio y largo plazo sobre el tipo de profesionales que queremos llegar a ser, el tipo de servicios que queremos ofrecer y de ahí, plantearnos seriamente el esfuerzo necesario para conseguirlo.
La manera de conseguir esto es invirtiendo en uno mismo, no hay otra. Me sorprende lo dispuestos que estamos a gastarnos 60 euros en la entrada de un cocierto (por poner un ejemplo) y lo poco que estamos dispuestos a gastarnos veinte en un webinar de un profesional de conocido prestigio o algo más en un magnífico libro de tecnología. No entiendo tampoco cómo un profesional no tiene una extensa biblioteca, digital o física, con decenas de libros que ha ido devorando a lo largo de su carrera. Nada que objetar, claro, ya que esto es lo habitual. ¿Por qué gastamos tanto en ocio y por qué invertimos tan poco en nuestra propia carrera (que es la que paga lo primero)? Que conste que adoro la música en directo...
Si queremos mejorar profesionalente, tenemos que estar dispuestos a esforzarnos, seguramente fuera de nuestro horario laboral si es que no trabajamos como freelance, gastar algo de dinero en nuestra formación, no una sola vez, sino recurrentemente, ver que este gasto es realmente nuestra mejor inversión y trabajar en proyectos personales o con otros que nos enriquezcan. Ese es el mejor currículum que podemos aportar.
Las intenciones no bastan, sólo nos hacen perdernos en ilusiones que nunca se van a materializar. Cualquiera es capaz de sentarse con una cerveza fresquita en la mano, al borde de una piscina ahora que llega el verano, y generar maravillosas ideas y propuestas para realizar proyectos o enriquecer los que tenemos en marcha en tu propia compañía.
Pocos, muy pocos, son los que a partir de ahí dan el siguiente paso: poner sobre la mesa el esfuerzo y los recursos necesarios para convertir esas ideas en realidad. Ahí es donde se queda el 95% de los emprendedores que yo llamo de ideas, los que nunca dan el siguiente paso; el resto sí que lo dan, y de ese grupo sólo tienen éxito unos pocos. Pero no importa en absoluto que el éxito no llegue, ya que el camino recorrido, sea cual sea el resultado, te enriquece igualmente.
Se da la circunstancia de que sólo tienen éxito los que antes han fracasado en varias ocasiones: no es casualidad, es que ¡han aprendido desde el fracaso!. Ignoramos que el fracaso es una maravillosa herramienta de aprendizaje.
Tenemos que invertir en nosotros mismos, lo que hará que mejoremos profesionalmente y enriquezcamos el entorno laboral en el que trabajamos. Las mejores ideas que he aportado en el contexto laboral en el que trabajo han venido de la mano de ideas y proyectos que he realizado fuera del trabajo.
Aquí hay unas sencillas recetas para llegar a ser mejores profesionales:
- Comprometernos a leer un libro al mes sobre las tecnologías que nos interesen.
- Asistir al menos a dos webinars al mes.
- Crear un log de ideas de proyectos: es maravillosa la cantidad de sugerencias y propuestas que surgen sencillamente por poner en papel una idea de proyecto.
- Estudiar (no ver con algún detalle sino devorar, llegar hasta las tripas) una tecnología particular cada seis meses y crear un proyecto interesante con ella.
- Escribir sobre las cosas que sabemos (o creemos que sabemos). El trabajo de poner por escrito algún tema en particular, te permite aprehenderlo con mayor profundidad.
- Plantear seminarios internos en nuestro entorno laboral.
- Asistir a los eventos que pueda haber interesantes en la localidad donde vivimos.
El hábito es lo importante: si nos planteamos objetivos de este tipo os aseguro que en un año dispondrás de una riqueza infinitamente mayor que si sencillamente te hubieses dejado llevar por las circunstancias, como hace la mayoría.
Vamos hacia una economía del talento en la que la riqueza (todo aquello que quieres obtener en tu vida, no necesariamente dinero) vendrá después de aportar realmente soluciones y valor a otros y para ello la única forma es invertir en nosotros mismos.
Por poner un ejemplo, El Libro Negro del Programador es uno de esos proyectos que comencé fuera de mi ocupación laboral y es sorprendente la cantidad de conocimiento que he acumulado escribiéndolo, contestando a correos con comentarios sobre los capítulos, etc. ¿Un gasto?, ¿una inversión en tiempo y dinero? Lo que sí es cierto es que como proyecto me ha permitido ser un poco mejor profesional que antes.