Esas malditas interrupciones
Un artículo de Rafa G. Blanes
10:00 de la mañana; tienes por delante una tarea que estimas en dos horas para hacerla bien y darla por terminada. Te preparas ante tu entorno de trabajo y comienzas a desarrollar código; poco a poco tu mente va dejando las divagaciones de la charla del café anterior y se mete de lleno en el problema a resolver. No es raro entrar en ese estado de fluidez definido por Mihaly Csikszentmihalyi en su famoso libro de psicología positiva.
Tomar decisiones de diseño, desarrollar una clase o refactorizar un conjunto de pruebas, por poner unos ejemplos, requieren de concentración y cierta paz mental para que las decisiones tomadas sean las correctas.
Esto parece evidente, pero pocos entornos laborales fomentan esta tranquilidad y capacidad de estar concentrados.
Una vez leí que cuando estamos en ese estado de fluidez completamente abstraidos y somos interrumpidos, necesitamos al menos veinte minutos para volver a un estado similar de concentración, es decir, a lo largo de varias semanas esto significa muchas horas de trabajo perdido, así de simple y así de abrumador.
Hay muchísimos momentos en los que somos interrumpidos y sacados a la fuerza de ese estado de fluidez.
Están los que yo llamo los vampiros de tiempo: personas e incluso buenos amigos que se sienten con el derecho de acercarse a tu puesto de trabajo para preguntarte de sopetón cualquier cosa que en ese momento necesitan o aquellos que creen que su tiempo es más valioso que el tuyo.
Clientes a los que se les ha acostumbrado a llamar por teléfono porque es más cómodo que describir un problema por mail.
Reuniones espontáneas y no planificadas porque a tu jefe o manager le ha entrado cierta urgencia o ansiedad que ahora va a intentar trasladar al equipo por falta de una mínima organización. Esto es lo que yo llamo el síndrome del jefe ansioso (y es una patología porque traslada ese estado al resto de su equipo).
Espacios abiertos en donde los teléfonos sonando o el rumor de conversaciones son constantes, hasta aquella chica que con sus hermosos tacones va dejando una sinfonía de pisadas que la identifican (y te irritan).
Un día cualquiera hace un par de años decidí contar el número de veces que era interrumpido y molestado a lo largo de la jornada laboral: conté catorce veces, incluidos unos quince mails irrelevantes para mi trabajo y responsabilidad.
Lo peor es que la mayoría de estas interrupciones se producen porque alguien necesita algo ti y eso que necesita es completamente ajeno a tu trabajo: no nos damos cuenta de que nos quitan precisamente el tiempo y tranquilidad necesarios para hacer un trabajo de calidad y no dejar bugs que nos pasarán factura más adelante.
Un desarrollador profesional evita estas innumerables e inútiles interrupciones. Aquí indico algunas sugerencias que para mí particularmente me han resultado efectivas:
- Identifica a los vampiros de tiempo: ante la insistencia de estos, quítatelos amablemente de encima poniendo el mínimo interés en sus peticiones. Con el tiempo dejarán de ir a por ti.
- Si tu jefe, coordinador o manager se acostumbra a trabajar con reuniones imprevistas, indícaselo claramente: seguramente no se de ni cuenta del impacto que esto puede tener para el trabajo. Puedo contar la experiencia con cierta persona de perfil comercial que aprovechaba las reuniones para hacer el trabajo directamente sobre una hoja de cálculo...
- Si tienes clientes que atosigan por teléfono, indícales amablemente que reporten las peticiones por mail o por el sistema de ticketing que uséis. Con el tiempo os lo agradecerán porque no hay nada mejor que describir un problema para entenderlo completamente.
Desde que comencé a aplicar esas sencillas técnicas tanto para mí como para el equipo que dirigía en ese momento, conseguimos un ambiente laboral mucho mejor y por tanto pudimos hacer un trabajo de mejor calidad. Gané de paso algunos conocidos que comenzaron a verme, digamos, algo mal, pero mi jefe notó al poco tiempo el cambio y la mejora en la productividad del equipo.
"No digo que tengamos que trabajar en un convento de clausura, sólo aplicar el sentido común en estas circunstancias y tener en cuenta que hay límites intolerables en la cantidad de interrupciones diarias, lo que revela una falta general de organización y productividad en el trabajo"